domingo, septiembre 04, 2005

Síndrome postvacacional

El mes pasado nos fuimos una semana de vacaciones a Lanzarote. Bonita isla, toda reseca, llena de volcanes, pedruscos y hoteles llenos de turistas. Nos alojamos en un complejo hotelero de ésos con cuatro piscinas gigantes, spa, restaurante temático y una estricta política de un cliente, una tumbona. Estaba alejado del mundanal ruido, en una urbanización de chalés y puerto deportivo.

Alquilamos un cochecito (concretamente un Tigra Twintop, que está muy de moda) y recorrimos la isla. Buscando playas y cosas que ver. Como cangrejos albinos ciegos, viñedos ahogándose en tierra negra y géiseres artificiales. Luego, de vuelta al hotel, a admirar cómo una niña teutona tipo cilíndrico engullía una docena de lonchas de beicon churruscadas sin pestañear. Para desatascar el esófago y poder empezar con la cena, supongo.

Al día siguiente, de nuevo a buscar playas. Con arena y sin piedras, a ser posible. A dar una vuelta por Arrecife, la capital, donde (según la guía de la fnac) no había que perderse el Puente de las Bolas, que es a la ciudad lo que la Torre Eiffel a París. Menuda guía. Eso sí, al cruzarlo el viento me robó mi gorra de 50€ de Hackett, tirándola al agua, donde se hundió. Mi dignidad me impidió tirarme de cabeza a por ella, si bien las piedras (volcánicas, sin duda) del fondo lo abrían hecho en cualquier caso. Así que de vuelta al hotel, con un leve mosqueo y un creciente asombro hacia la increíble niña deglutora de grasa.

Al día siguiente, al Mirador del Río, donde todos sabemos que no hay río, pero se ve la isla Graciosa y, con unos buenos prismáticos, a la señora de ZP buceando en biquini. O eso rumoreaban los excursionistas sesentones con los que había que luchar para conseguir una botellita de agua, sin bien pudiera haber sido una estratagema de la gerencia para rentabilizar los catalejos a moneda. Y la Cueva de los Verdes, las esculturas móviles de varias rotondas, el Jardín de Cactus. De vuelta al hotel, se echaba de menos a la niña del beicon. La hipótesis más plausible era el ataque cardíaco por hipercolesterolemia aguda.

Y los días siguientes más búsqueda de playas, el charco color Vengador Tóxico de El Golfo, los rincones con olor a orín del pasillo transitable de los Hervideros, y varias otras depravaciones similares. Afortunadamente, la niña germana volvió, aunque roja como un tomate de brick.

Ah, bendito síndrome postvacacional. Cuánto te añoré.

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