miércoles, noviembre 09, 2005

El horror

Cuando Carla me suelta un momento para quitarse el tanga mojado de mi saliva aprovecho para sentarme al borde de la cama y buscar en mi neceser. Adivinando qué, Carla me abraza y, frotando sus pechos contra mi espalda, me dice al oído:

―Nada de condones: fóllame a pelo.

Dos respuestas se abren paso a codazos en mi mente:
  1. Por nada del mundo quiero dejarla embarazada.
  2. Ni loco me arriesgo a contagiarme de vete tú a saber qué.
Carla advierte mi vacilación y añade:

―No te preocupes: tomo la píldora.

¿Que no me preocupe? ¿¡Que no me preocupe!? Claro, si en el fondo pillar el sida es sólo una chorrada. Pero seamos constructivos: ¿cómo se le explica a una mujer desnuda, excitada y lubricada que no es que no te fíes de ella, no, sino que ni sabes ni te importa con quién ha podido acostarse antes y por eso no vas a follarla sin condón bajo ningún concepto? (Como motivo secundario, y dado que en el fondo no la conoces de nada, tampoco puedes confiar en su palabra de que toma la píldora: más de una loca hay por ahí que buscando pensiones alimenticias.)

Lo intento de la manera más delicada que puedo.



Hace mucho frío hoy en Cuenca. Especialmente cuando te alcanza de lleno el viento o una mirada de Carla.

La catedral, impresionante, se visita previo pago con la ayuda de una audioguía de 2 o 3 kilos de peso. Hay calaveras talladas y esculpidas por todas partes. Escucho todos los comentarios. Dos veces. Carla me sigue, resonando sus tacones por todas las naves.

No parece que sea una mañana de miércoles laborable: las calles están desiertas, y sólo algunas parejas dispersas de turistas y la obligatoria excursión de pensionistas rondamos por el casco antiguo. Se oye el lejano griterío de los niños en el patio de un colegio. Carla se suena ruidosamente con un pañuelo de papel. Debe estar helada, pero no se queja.

Comemos en el parador. Yo tomo el surtido de jamón y lomo ibéricos de bellota para dos, la sartén de morteruelo conquense con piñones y el surtido de postres regionales. Ella, una ensalada y otra dosis de su hiel. A las mujeres le sientan bien los enfados: suelen adelgazar.

Volvemos a Madrid a media tarde. Hay poco tráfico y la máquina se porta bien, incluso en el tramo de la N-400 que aún no es autovía. Carla repasa furiosa las páginas de una revista femenina todo el viaje.

Creo que lo que no me perdona, más que mi ultimátum de condón o nada, es que me fuese al baño a masturbarme.

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